Agricultura y ganadería familiar, sostenible, responsable y consciente
Lo turbulento de los tiempos que atravesamos debe hacernos ser conscientes de la importancia de apuntalar nuestras fortalezas y afrontar nuestras debilidades. La sociedad española debe ser consciente del inmenso patrimonio cultural y social que aportan la agricultura y ganadería familiar, los que garantizan la alimentación de todos de forma sostenible, responsable y consciente.
Vivimos tiempos convulsos. Habrá quien afirme –no sin razón– que el conflicto es inherente a la sociedad, a la naturaleza y a la propia vida. El universo está conformado por materia, energía y seres vivos en permanente conflicto, desequilibrio y reequilibrio. Las sociedades no son una excepción, y responden también a esa dinámica convulsa. Pero es cierto que en los últimos tiempos las dudas y la conflictividad sobre distintos aspectos de nuestra vida han ido en aumento.
El sistema agroalimentario que hemos conformado en las sociedades más desarrolladas desde hace pocas décadas nos permite disfrutar de todo tipo de alimentos en cantidades, variedades y garantías de calidad nunca vistas en la historia de la humanidad. En España hemos logrado conformar una cadena agroalimentaria ejemplar, moderna, avanzada y competitiva, sin perder la estructura mayoritariamente familiar de las granjas.
España es, por nuestro clima, por nuestra cultura agrícola y ganadera, sumada a nuestra tradición gastronómica, una potencia en producción y distribución de alimentos. Nuestro sector primario es la base de gran parte del éxito de nuestro país. Es una certeza que nuestros alimentos y nuestra gastronomía han sido un vector de éxito para nuestro turismo o para nuestro más importante sector industrial: el alimentario.
La agricultura y la ganadería en España se han modernizado y tecnificado en las últimas décadas de forma revolucionaria. Hoy producimos y exportamos más y mejor que hace pocas décadas. Las zonas rurales son hoy un lugar tan digno para vivir como las ciudades, a pesar de que aún exista una brecha urbano-rural en muchos aspectos, y la producción de alimentos siguen apuntalando la economía y la vida en las zonas rurales, manteniéndose como las principales actividades económicas.
La huella de la producción de alimentos
La sociedad es cada día más consciente del efecto que las actividades humanas tienen sobre el medio ambiente. El cambio climático se ha aupado como el gran problema medioambiental en la agenda de los Gobiernos y de los medios de comunicación. Y como siempre que hay un problema, nos afanamos más en buscar culpables que en buscar soluciones. Hay voces que han decidido que los culpables –en parte- del calentamiento global son los ganaderos y sus animales. Esto es una gran falsedad.
La ganadería es una actividad ancestral, surgida en Mesopotamia hace más de 10.000 años, vinculada estrechamente a nuestra evolución como especie, y que permitió el desarrollo de sociedades humanas modernas y avanzadas. El homo sapiens se dio cuenta de que criar y cuidar animales era una práctica muy interesante para satisfacer la necesidad más básica: alimentarse. La ganadería, junto a la agricultura, facilitaron la sedentarización y mejoraron la nutrición y la salud de los humanos prehistóricos.
Miles de años después la situación es bien distinta: Los imparables avances tecnológicos y científicos en todas las áreas han hecho que la humanidad disponga de más alimentos que nunca antes en la historia, sin olvidar el hecho de que 800 millones de personas siguen pasando hambre en el mundo por un mal reparto de la producción y el consumo de alimentos.
Las preocupaciones y los problemas de las sociedades varían según su grado de desarrollo. En las sociedades modernas hoy ya no preocupa la producción de alimentos (si habrá o no habrá suficiente comida para todos), sino los sistemas empleados para dicha producción y el impacto medioambiental de los mismos.
La conciencia medioambiental de la sociedad es hoy mucho mayor que hace solo unas pocas décadas. A muchas personas les preocupa el estado del planeta y toman decisiones (políticas, personales o de consumo) sobre la base de esa preocupación. Una preocupación que, no obstante, no siempre está bien fundamentada o dirigida, pues todos recibimos tantos impactos a través de los medios de comunicación o las redes sociales que estamos en gran parte infoxicados.
¿Qué es sostenible?
Hoy por hoy no es fácil saber qué es o no es sostenible, aunque si pensamos un poco, con la ayuda de la historia y de la ciencia, no es difícil sacar conclusiones:
- Es lógico pensar que si España tiene la cuarta longevidad media más alta del mundo (OMS, 2022) tras Japón, Suiza y Corea del Sur, nuestra alimentación, basada en la Dieta Mediterránea, tiene elementos que contribuyen en gran medida a esa realidad.
- Es lógico pensar que una dieta equilibrada, que incluya alimentos de todo tipo, con predominancia de frutas y hortalizas y que no descarte ningún tipo de carne, pescado, lácteos o huevos, contribuye a un buen desarrollo y una buena salud de la población.
- Es lógico pensar que el modelo mayoritario de granjas en España, de pequeña y mediana dimensión y basado en una estructura familiar de las mismas, busca, por definición, el relevo generacional y el respeto al entorno donde se desarrolla.
- La sostenibilidad ambiental debe ir acompañada, de forma irrenunciable, de la económica y la social: Si los ganaderos no obtienen una rentabilidad por su actividad, se verán forzados a abandonarla, y se agravará el problema del despoblamiento y el reto demográfico en las zonas rurales.
- La ganadería en régimen extensivo o semi-extensivo, practicada en España en gran medida, es un buen ejemplo de economía circular y relación sostenible con el entorno. Los animales que pastan en praderas, tierras de pasto y de labranza se alimentan de un recurso que difícilmente tendría otro aprovechamiento.
- La ganadería estabulada de pequeña y mediana dimensión es también sostenible, gestionando de forma adecuada el consumo energético o los subproductos generados en forma de estiércol, que pueden y deben aprovecharse mucho más, para fertilizar los campos o para generar energía.
Ser sostenible es, en definitiva, producir hoy sin arriesgar la producción de mañana. Esto es básico en un mundo en el que la población y sus necesidades no dejan de aumentar. ¿Para ello tenemos que producir menos? No. Tenemos que producir y consumir mejor. La clave es la eficiencia y todos los eslabones de la cadena alimentaria, desde los productores hasta los consumidores, podemos hacer más para lograrla.
El modelo de producción mayoritario en España, basado en pequeñas y medianas granjas de carácter familiar, es sostenible por naturaleza. En la mayoría de los casos, varias generaciones de la misma familia trabajan y viven de la granja. Los productores desempeñamos nuestro trabajo en una tierra que es la nuestra, y la protegemos y cuidamos porque es mucho lo que nos devuelve.
Evolución sin exclusión
La producción de alimentos, al igual que todos los aspectos de la sociedad, no deja nunca de evolucionar. Nosotros, los pequeños agricultores y ganaderos familiares, tenemos claro que la agricultura y la ganadería del futuro serán más sostenibles, más modernas y más tecnificadas, pero sin perder un pie en una tradición productiva que tiene enormes ventajas. Ahí están los ejemplos de prácticas milenarias como la trashumancia o la producción ecológica cuyas ventajas cada vez más voces destacan.
Lo que no tenemos tan claro es si saldremos “vivos” de esta evolución, que es imparable, pero cuyo camino se hace al andar y cuyos costes, tantos sociales como económicos, debemos analizar cuidadosamente para proteger a los más vulnerables y al mismo tiempo los más necesarios: los pequeños productores.
Hay especuladores que se frotan las manos con la idea de una cadena alimentaria sin agricultores ni ganaderos, con grandes plantas de producción de carne sintética, por ejemplo, controladas por los mismos inversores que controlan los grupos industriales o de distribución. Debemos oponernos rotundamente a esa tendencia.
La sociedad debe conocer los sistemas de producción de alimentos y sentirse orgullosa de ellos. La sociedad europea debe saber que dispone del mejor sistema alimentario del mundo, con unos estándares de excelencia, seguridad, variedad, calidad y sostenibilidad únicos en todo el planeta.
Cultura alimentaria
Hay un elemento clave del que normalmente no se habla cuando hablamos de producción y consumo de alimentos y que sin embargo es fundamental: la cultura alimentaria. Las personas vivimos en un contexto histórico y social y hay conocimientos, ideas, tradiciones y costumbres que caracterizan a los pueblos, les sirven de guía y les unen. Está claro que nosotros pertenecemos a una tradición, mediterránea y europea, inseparable de los avances históricos que nos han marcado a lo largo de los siglos.
La alimentación nos marca, como sociedad y como personas. Alimentarse no debe ser una obligación, sino un placer. Un placer sostenible, responsable y consciente. Ligado a un modo de vida más social y natural. En el caso de España tenemos además una referencia muy clara y placentera: la Dieta Mediterránea que, sin ser la única que puede seguirse, sí sea, probablemente, la mejor.
Disfrutemos del consumo variado y equilibrado de cereales, legumbres, patatas, hortalizas, frutas, lácteos, huevos, carnes de todas las especies (aves, ovino, caprino, vacuno, conejo y porcino), pescados y mariscos, frutos secos, aceite de oliva y, en el caso de los adultos, regado con un buen vino. Todo ello acompañado de ejercicio físico diario y de unas relaciones sociales activas, presenciales y sanas. Solo así lograremos una vida larga y plena y una relación más sostenible y respetuosa con nuestro entorno.