¿Hablamos del futuro de la ganadería?
Isaac Asimov definió el antiintelectualismo, en la columna «My turn» de la revista Newsweek del 21 de enero de 1980, de la siguiente manera: “El antiintelectualismo es el culto a la ignorancia. Ha sido una constante en nuestra historia política y cultural, promovida por la falsa idea de que la democracia consiste en que «mi ignorancia es tan válida como tu conocimiento».
La ganadería no es una actividad reciente. Hace unos diez mil años en el Neolítico surgió la revolución agrícola y el ser humano inició la domesticación de plantas y animales como forma de garantizarse el suministro de alimentos. Esto cambió su vida por completo, permitió el asentamiento de las poblaciones en el territorio al dejar de depender de la caza y la recolección para vivir y dio paso a sociedades más complejas y a las civilizaciones que surgieron después.
La larga convivencia entre ambos se ha traducido en cambios importantes para los humanos, pero también para los animales. Se seleccionaron los más dóciles, los más productivos, los que resistían mejor el trabajo o las enfermedades y los que daban mejor calidad de carne, leche o lana. Los animales ya no son como eran los primitivos animales salvajes. Ni los humanos somos los mismos del Neolítico.
La experiencia, la ciencia y muchos años de aprendizaje han hecho de la crianza de los animales domésticos una actividad con gran desarrollo y tecnificación. Para ello hemos tenido que conocer sus características fisiológicas, productivas y de comportamiento. Siempre se ha intentado que el animal esté en las condiciones que favorezcan su reproducción, crecimiento y un buen estado sanitario. Ahora además se considera a los animales seres sintientes, y se busca evitarles el sufrimiento (estrés, miedo o malestar). A los conocimientos científico-técnicos habituales en la producción y sanidad animal, se ha incorporado en los últimos años el bienestar animal como una de las bases de la ganadería moderna, desarrollándose tanto sus aspectos científicos como los legales y productivos. Es una respuesta al interés creciente de las sociedades desarrolladas por dar un trato adecuado a los animales de granja, que respete sus necesidades y facilite el desarrollo de comportamientos importantes para el animal.
Los productores actuales son profesionales cualificados que conocen y cuidan de los animales a su cargo. Cuentan además con veterinarios, ingenieros agrónomos, nutricionistas y otros especialistas que les asesoran sobre la mejora de las instalaciones, equipos y manejo, alimentación, prevención y control de enfermedades y la formación en las mejores prácticas de trabajo. Es un aprendizaje continuo que debe ajustarse a cada situación.
Según las especies y el tipo de producción, los sistemas de alojamiento en jaula o en establos cerrados pueden ser tan apropiados para el bienestar de los animales como los que permiten el acceso al aire libre. En el caso de las gallinas ponedoras, tras la pertinente evaluación científica, la Unión Europea decidió que las jaulas convencionales, de uso generalizado para las ponedoras en los años 90, limitaban algunos comportamientos que se consideraban inherentes a la naturaleza de las aves y necesarios para su bienestar, por lo que debían poder desarrollarse en cualquier tipo de alojamiento. Y como las jaulas mostraban ventajas significativas en algunos aspectos, se permitió su uso, siempre que incorporasen algunas mejoras. Por ello en la Directiva 74/1999 se estableció que las únicas jaulas autorizadas en la UE para gallinas ponedoras tendrían mayor superficie disponible por ave y mayor altura, incorporarían un nido, una zona para escarbar y una percha para descansar. También una lima para desgastar las uñas. Esta norma definió las jaulas acondicionadas, que hoy alojan a la mitad de las gallinas en la UE y se han extendido a otros países.
La misma Directiva define los alojamientos en sistemas alternativos, que tienen equipamientos similares, además de yacija, y las aves están sueltas en un gallinero cerrado (sistema en suelo) o con acceso a parques exteriores con al menos 4 m2 por ave (sistemas campero y ecológico).
La evaluación del bienestar animal en los distintos tipos de alojamiento autorizados para gallinas se llevó a cabo en un proyecto conjunto promovido por la UE y desarrollado en distintos centros de investigación, denominado LayWel. Y concluyó que ningún sistema es perfecto, cada uno tiene ventajas e inconvenientes. La jaula acondicionada supone un menor coste de producción por el menor uso de recursos y un mayor control sanitario y del comportamiento de las aves, pero restringe su movilidad. La cría en suelo permite el movimiento, pero la interacción en los grupos grandes de aves puede generar agresividad y se dan lesiones por caídas, lo que aumenta la mortalidad. Los sistemas con acceso al exterior suman las ventajas e inconvenientes del alojamiento en suelo con los de la salida a parques: la gallina escarba y picotea como haría en la naturaleza, pero tiene más riesgos sanitarios por contacto con animales, plantas, suelo o agua contaminados. Hay más infestaciones por parásitos y mortalidad por ataque de predadores. En resumen, el sistema más sostenible por menor uso de recursos y coste de producción es el de jaula, seguido del suelo, el campero y el ecológico. La situación expuesta para las ponedoras suele darse en otras especies, por lo que no hay una solución ideal que pueda aplicarse a todos los animales y tipos de producción. Pero lo que es esencial para el bienestar de los animales en cualquier sistema es que quienes los cuidan conozcan bien a los animales, los equipos e instalaciones y las buenas prácticas de manejo.
La ciencia y la tecnología han sido claves para desarrollar la genética, la alimentación, las instalaciones y la sanidad animal en los últimos años, y la legislación comunitaria ha avanzado incorporando las innovaciones. Las normas y prácticas ganaderas utilizadas en la Unión Europea son referencia mundial en materia de sanidad, seguridad alimentaria y protección de los animales y se adecúan a las distintas especies y situación (en la granja, en el transporte o en el sacrificio). Pero eso no lo sabe la gran mayoría de la población. Por eso resultan creíbles muchas afirmaciones sorprendentes sobre la ganadería que aparecen en medios de comunicación y en campañas, a menudo basadas en información sesgada (o desinformación) y en percepciones, emociones o creencias particulares de quienes desconocen la ganadería y a los ganaderos.
El debate sobre la producción animal del futuro está sobre la mesa y tiene muchos frentes: el bienestar, la seguridad alimentaria, la sanidad o el medio ambiente. Hay especialistas en cada área que conocen los retos y las opciones para superarlos, y tienen mucho que aportar. Dejar que las decisiones sobre la ganadería del futuro, la dieta o el calentamiento global se dirijan desde las redes sociales, las consultas públicas o las campañas animalistas es obviar el conocimiento de expertos, ganaderos y científicos o, peor aún, equipararlo con el de los grupos activistas que trasladan en sus campañas emocionales un rechazo ideológico a la ganadería.
El desconocimiento de la sociedad en torno a la producción animal no debe impedir el necesario debate político y social sobre su futuro, más allá de los eslóganes y consignas habituales. ¿Hablamos de ganadería? Pues tengamos una conversación serena y productiva entre expertos, políticos y ciudadanos que quieran entender los pros y contras y que conozcan y asuman las consecuencias de las decisiones. No deberíamos aceptar alternativas, porque este es un asunto importante que nos interesa a todos. Recordemos que el objetivo principal de la ganadería es proporcionar a los humanos alimentos nutritivos, asequibles y seguros, una necesidad básica que sigue tan vigente hoy como hace miles de años.